El principio de realidad nos permite afirmar que hoy no vamos por buen camino, al contrario, en temas fundamentales enfrentamos serias amenazas y retrocesos. Ojalá el orgullo, la pujanza y la verraquera con la que algunos relacionan la identidad paisa, se usara en trasformar la precariedad y la desigualdad de oportunidades en la que vivimos.
No pocas personas han intentado instar a la Alcaldía a revisar este relato, pensando que a lo mejor, es producto de los pocos conocimientos históricos pertinentes que posee; pero perdieron el tiempo. La Alcaldía no está interesada en promover una interpretación apoyada en evidencias históricas sino, en camuflar una postura política envuelta en historia oficial.
En Medellín, como en otros lugares de Latinoamérica, los jóvenes han sido los más afectados por la inequidad y la violencia, pero también han sido el motor de la resistencia.
El Derecho a la Ciudad se debe convertir en el eje central de las políticas públicas de cara a las futuras elecciones de alcaldes en el Área Metropolitana.
El actual no es el primer momento en el que los homicidios desbordan a nuestro débil estado municipal. Lo que ha cambiado son la ideología, el discurso y las maneras de quienes nos gobiernan, así como su impacto en los ciudadanos que validamos.
Transformar la polémica sobre la memoria, la historia y la verdad, convertida hoy en un nuevo campo de disputa ideológica y partidaria, en un escenario para la discusión, el debate y la construcción de una opinión pública favorable a la paz y la reconciliación, es el gran reto.
En Colombia la memoria histórica llegó en medio de la guerra. No lo hizo después de las dictaduras y de las confrontaciones armadas, como sucedió en otros países de América Latina o Europa, en donde los trabajos de memoria se han consolidado en las últimas dos décadas y, además, se han vuelto política pública.
Lo que esperamos y requerimos como ciudadanía, ante el poder de los armados, es que el Estado nos proteja. En eso consiste un Estado Social de Derecho: en proveer a la ciudadanía la protección y la seguridad que ella, por sí sola, no puede darse.
Educar es una labor imposible sin el genuino interés, motor y emoción del aprendiz. No hay ni experiencia ni aprendizaje, si no se implica el corazón.