Relicarios, sudarios, álbumes familiares, talleres de pintura, videos, instalaciones, son los contenidos de los artículos de esta entrega de la revista: “Artistas y comunidades: El arte hecho con los demás”. Se trata de obras que nos llevarán a registrar, a examinar, a escuchar compasivamente el trasegar de personas que, imperiosamente, tratan de develar lo oculto, de desgravar una imagen, de materializar un recuerdo para prohibirse olvidar. Reflejan existencias marcadas por circunstancias que nos implican, pretendiendo que no y terminan por dolernos.
Como un deber moral, como imperativo ético y compromiso profesional, estos autores nos muestras su propia implicación transformadora desde el arte, donde la compasión está al servicio del grito, del consuelo y de la materialización estética de lo innombrable que habita y desgarra a propios y ajenos, en un dolor que inevitablemente se vuelve colectivo, pues es dolor de patria.
Juan Manuel Echevarría nos lleva con el resultado de sus talleres de pintura a confrontarnos con la gama de los grises al ceder la voz al otro, ese estigmatizado y enigmático que desde el poder del victimario narra lo imposible de imaginar: el desamparo, la soledad y la vulnerabilidad del victimario tan difícil de aceptar y, sin embargo, tan real del ser humano.
Tony Evanko, a través del video y la instalación, pone en evidencia el poder de la palabra para afrontar el duelo. Su trabajo logra exponer los efectos del destierro y la necesidad de la catarsis, de la expresión del dolor, y propone una mirada que nos permite entender que en esta guerra los victimarios y perpetradores también se suman a la eterna cadena de víctimas.
Erika Diettes propone una mirada desde el amor y el dolor. Su obra parte de los testimonios, algunos puestos en forma de palabra, otros en forma de objetos cuidadosamente atesorados. Todos ellos, “mensajes que contienen el inmenso deseo de encontrar justicia para honrar la memoria de los que ya no están”, como explica la misma artista.
El poder de la fotografía como narradora, “un recuadro afectivo de la construcción de la memoria para no olvidar”. Ese es el centro del trabajo de Natalia Botero. A través de los retratos, tanto de los que ella toma como de los hallados en los álbumes familiares, se reconstruye la historia de cada desaparecido y su familia. Las fotos hablan de sueños, derrotas, ideales, la identidad y la historia del ausente.
Esta entrega es entonces un llamado a mirar, a oír, a interrogar, a rechazar, a no repetir, a resucitar a los amados, a llamarles, a nombrarles, a superar el horror de recordar lo atroz y recuperar la piel, el sentimiento, el derecho a vivir con ellos impresos en el alma.
Te invitamos a leer esta nueva entrega: http://region.org.co/index.php/revista58