Opinión

Jueves, 02 Marzo 2017 21:37

Editorial: Requerimos volver a discutir el proyecto de ciudad que tenemos

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Foto: Jimena Martínez Foto: Jimena Martínez Tomada de Wikipedia. Creative Commons

En lo que va corrido de la actual administración, han comenzado a ventilarse preocupaciones desde diferentes sectores de la sociedad alrededor de varios temas y señales que podrían indicar retroceso en algunos asuntos.

Desde comienzos de los noventa asistimos a una transformación paulatina de la ciudad relacionada, entre otras cosas, con varias comprensiones colectivas. La primera de ellas fue el imperativo de reconocer la profunda crisis que atravesábamos. En medio de la acción terrorista del narcotráfico y la triste distinción de Medellín como la ciudad más violenta del mundo descubrimos que este era apenas un síntoma. Lo que había en el trasfondo era una ciudad fracturada, excluyente, inequitativa y con una frágil noción de lo público; una sociedad y una clase dirigente a las que poco les importaba el destino de los miles de jóvenes que encontraron en las múltiples violencias la única forma de ser reconocidos; una ciudadanía desconfiada de las instituciones públicas y de su propia capacidad para incidir en el rumbo de la ciudad.

Fue entonces cuando aparecieron alternativas institucionales como la Consejería Presidencial para Medellín y el Plan Estratégico de Medellín y su Área Metropolitana y con ellas, otra comprensión fundamental: que la superación de la crisis requería del concurso de todos los sectores de la sociedad. Con la puesta en marcha de estas iniciativas y después de una serie de consultas y de una enorme disposición para la escucha se fue construyendo una agenda compartida de cara al futuro de la ciudad.

Los foros comunales y los seminarios Medellín Alternativas de Futuro fueron espacios para el encuentro de múltiples sectores: gubernamentales, empresariales, educativo, iglesias, organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación, movimiento cultural, entre otros, que coincidíamos en las mismas preocupaciones e intereses: defender la vida como valor supremo y avanzar hacia la construcción de una ciudad más democrática, más incluyente, más justa, más feliz.

Esta fue la puerta de entrada para un conjunto de aprendizajes que fueron haciendo parte del capital social e institucional de la ciudad. La lista podría hacerse demasiado extensa, pero algunos ejemplos lo ilustran:
- El impulso de la participación ciudadana y del diálogo social como forma de concertación.
- La educación y la atención a la niñez como principal estrategia de inclusión.
- La intervención física de espacios, especialmente periféricos, con alta calidad urbanística.
- La conectividad y el transporte público como estrategias de inclusión.
- El reconocimiento de la cultura y del sector cultural como puntos de transformación profunda.
- La importancia de los territorios y de medidas efectivas de descentralización administrativa.
- La potencia del diálogo intersectorial y de las alianzas público privadas.
- El valor político y administrativo de una gestión pública eficiente, transparente que ponga como centro el valor de lo público.
- El profundo significado de una institucionalidad garante de todos los derechos humanos para todas las personas.

Es posible que muchos de estos enunciados no se cumplieran a cabalidad o que tuvieran comprensiones y desarrollos distintos durante los últimos gobiernos y es evidente que temas neurálgicos como el de la inequidad siguen sin tocarse. A pesar de la ponderación de Medellín como una ciudad pujante, sigue siendo una ciudad que excluye de los beneficios de estos logros a una buena porción de su ciudadanía.

Quizás por esto, en lo que va corrido de la actual administración, han comenzado a ventilarse preocupaciones desde diferentes sectores de la sociedad alrededor de varios temas y señales que podrían indicar retroceso en algunos asuntos: el presupuesto asignado y realmente ejecutado en los programas sociales; la continuidad y enfoque en la atención a la población infantil; el cierre temporal de espacios como los parque bibliotecas, el Museo Casa de la Memoria o el Teatro Lido; los retrasos en iniciar programas culturales como la Red de Escuelas de Música; la disminución de recursos para la atención a las víctimas; los resultados de las políticas de seguridad, a pesar de que allí se ha concentrado buena parte de la atención; las políticas de participación ciudadana en general y, de manera específica, las reformas al presupuesto participativo y al sistema municipal de planeación; la poca claridad sobre los retos y responsabilidades en relación con la agenda de paz de la ciudad; la atención insuficiente al grave problema de contaminación ambiental; el debilitamiento de la Secretaría de las Mujeres y del enfoque y peso de programas para la atención a la población LGTB y afro, entre otros. En conclusión, asuntos de enfoque, de estilo y erráticas decisiones en las prioridades de la agenda estatal.

El Alcalde Federico Gutiérrez cuenta con un alto nivel de popularidad. Llegó a la Alcaldía con la promesa de hacer una gestión alejada del clientelismo, de la corrupción y a tono con las demandas de la población. Se ha hecho acompañar de un equipo de gobierno en su mayoría conformado por jóvenes profesionales con poca experiencia en lo público y seguramente con genuinos propósitos de hacer las cosas bien. Pero es un gobierno al que le falta actitud de escucha. No basta con el uso de las redes sociales. Se requiere un amplio diálogo de ciudad, convocar a diferentes sectores que conocen profundamente sus problemas y, por tanto, tienen análisis, seguimientos, intervenciones, muchos aportes y cosas por decir; evitar la actitud generalizada de leer cualquier crítica como amenaza y, sobre todo, comprender que los retos de la ciudad no se enfrentan solo desde el gobierno.

Ante este panorama, también las organizaciones sociales, las universidades, el sector cultural, los empresarios, necesitamos volver a preguntarnos: ¿Qué proyecto de ciudad queremos? ¿Cómo nos comprometemos con esto?. Quizás sea buena idea volver a convocar un proceso como el que desembocó en los Seminarios Alternativas de Futuro; no para hacer apología del pasado, sino como oportunidad para revisar lo que tenemos y lo que nos queda pendiente. Es un buen momento. Se esté de acuerdo o no con los procesos de diálogo y negociación, debe reconocerse que los hechos que estos crean, sumados al cambiante entorno internacional, nos ponen ante una nueva coyuntura: el escenario es otro. ¿Qué hará la ciudad para encarar estas novedades?

¡Diálogo social amplio, participativo, sincero! Esta es nuestra invitación y en ello estamos dispuestos a aportar.