La segregación socio-espacial en Medellín moldea una cultura arribista en la que a la injusticia social se añaden las fallas en la asignación de respeto y reconocimiento a todas las personas con independencia de su nivel de ingreso.
Es demasiado prematuro para resolver este enigma. Pero lo que sí está claro es que Colombia no saldrá indemne de este nuevo período de gobierno, pues muchas de las políticas de Duque implican un retroceso en relación con avances hechos en el terreno de las libertades individuales y de conquistas sociales de gran relevancia.
Esta ciudad tiene un invaluable acumulado de experiencias de convivencia y alternativas de cuidado construidas por décadas por organizaciones sociales que deberían ser reconocidas y fortalecidas.
Y ante esa “cordialidad” supuesta, cualquier reclamo, cualquier uso de la palabra, cualquier petición de respeto, es un atentado que se paga con la vida. El hombre peligroso monta en cólera por la determinación de las palabras de la mujer desarmada. Ante estas palabras, la rabia del violento se agudiza y su potencia homicida se vuelve más real.
Los más de ocho millones que votaron en segunda vuelta por la propuesta de La Colombia Humana y los cerca de 900.000 que lo hicieron en blanco, constituyen un caudal enorme para avanzar en la consolidación de una fuerza alternativa que permita al país, avanzar por la senda de la justicia, la equidad y la paz.
Cuando las autoridades de Medellín hablan de “recuperar el centro” casi siempre se refieren, aparte del uso de la fuerza, a misiones de embellecimiento que no tienen en cuenta la ciudad que hay debajo.